Puedes gritarle, puedes llorarle pero sabes que en el fondo a quien odias es a ti misma. No sabes a donde ir, en qué dirección correr, escapar, salir de allí. Quieres huir de ti misma porque tienes miedo. Miles de dudas dan vueltas por tu cabeza, piensas que es una mala opción, que nunca debiste abrir esa puerta, estabas mejor en esa habitación tú y tu soledad.
Pero sentiste algo, quisiste dejar de estar sola, quisiste avanzar aunque ya sabías el riesgo. La parte racional de tu cerebro te lo advertía una y otra vez, pero no le hiciste caso. Ahora no sabes cómo salir, cómo gritar, no lo hagas.
Respira, respira profundamente, llora si lo necesitas, pero te vas a levantar, vas a salir por esa puerta que abriste, quizás te encuentres bien en esa habitación, o quizás salgas por otra puerta distinta. Acepta la decisión que tomaste, y vívela. A lo mejor duele, o a lo mejor no. Pero nunca lo sabrás si no entras, si no le das una oportunidad a ese nuevo espacio que se abre ante ti. Disfruta, no te odies, otras veces han sido peores las puertas y hemos llegado a lo más alto.
Si gritas que sea de felicidad, de alegría..., y no por tristeza u odio.